Migrar nunca es sencillo
El viaje carga consigo la nostalgia por todas las vivencias que deja atrás y el recuerdo de los afectos más cercanos, sobre todo de la familia. Durante el camino hacia el país de acogida y en cada paso durante su permanencia en este, muchas veces pueden surgir las dudas asociadas a la incertidumbre de estar haciendo lo correcto para sí y para los seres queridos.
Sin embargo, el migrante sabe que la meta siempre es hacia cumplir sus objetivos, aunque sin olvidar todo lo que deja atrás en su país de origen. La música, olores, sabores, expresiones coloquiales y otros detalles son elementos que señalan que hay un lugar donde quedaron raíces y al que voltear la mirada para auto reafirmarse. Aunque hay quienes en los momentos iniciales pasan por la negación y asumen rápidamente algunos modismos de la comunidad de acogida, siempre terminan por reconocer los elementos identitarios primarios.
La experiencia migrante enriquece porque confronta ideas con uno mismo, a reconfigurarse, a desarrollar fortalezas y nuevas capacidades. El dinero no es lo único que busca quien asume el reto de buscar una nueva vida en otros lugares. Este puede solucionarle necesidades iniciales y de cumplir con las expectativas de quienes quedaron, pero no es lo único que busca.
El migrante sabe que más allá del bienestar económico siempre tendrá que dejar espacio para regresar de manera eventual y disfrutar del reencuentro con los suyos. Quizás en eso está la principal amenaza del ser migrante, en la necesidad recurrente de volver a pisar la tierra que lo vio nacer. No obstante, eso también se convierte en el motivo de empuje más valioso para superar obstáculos y, en particular, la nostalgia que nunca se va.
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Fuente:
Cuéntanos: Migración